El Límite Crudo: el arte rizomático de Noelia Marín

Bocetos n-00
La artista zaragozana Noelia Marín presentó El Límite Crudo en la sala de exposiciones del palacio de Montemuzo entre el 6 de octubre y el 8 de diciembre. A modo de viaje por el recuerdo, recorro de nuevo sus salas y las  sensaciones que dejaron.

Noelia, artista multifacética, incide en el grabado, el dibujo, el vídeo, la performance, la música… No son distintas caras, sino cada uno de los tallos de un rizoma que crece de manera subterránea. Son todas las voces que están en el río. La poesía vital de Noelia gesta la creación en un núcleo oscuro, pequeño, concentrado, como la semilla que alimenta brotes nuevos. Como la raíz que crece indefinidamente, la experiencia recorre lentamente todos los órganos del cuerpo y va creando el sustrato que necesita el arte para vivir. Ser artista tiene que ver con la capacidad de albergar ese rizoma y dejar que vaya rompiéndolo todo a su paso, deshaciendo la tierra apelmazada y los sentidos bloqueados. Para luego tener la valentía de intentar enseñar esa rotura, la fragilidad de todos los pequeños nódulos que han desarrollado ramas hacia arriba, hacia la visibilidad de lo exterior. Es difícil existir hacia fuera. Una de las tareas más complicadas del ser humano es dejarse ver, mostrarse en esa desnudez tan rechazada. No llevar ropa no implica estar desnuda. Desvestirse es quitarse la ropa, nada más, ninguna capa de piel ni miedos. Desnudarse es ir más allá. En sus propias palabras, “no puedo si no desnudarme para mostrar lo que voy pariendo”.

El Límite Crudo acoge el silencio, el grito y las brechas que se abren en el medio. “Cada dibujo es un grito, esperando escuchar el eco de ese espacio que persigo. Pues para escuchar el eco, se necesitan paredes dentro de un lugar abierto”. Noelia crea como escribe Chantal Maillard:

“escribir
porque alguien olvidó gritar
y hay un espacio en blanco
ahora, que lo habita”

Su arte es una manera de hacer visibles las confusiones, los amores rotos, las preguntas sin respuesta, las respuestas sin pregunta, los silencios y las ausencias. Trata de romperse y reconstruirse continuamente sin perder la generosidad (o la necesidad) de compartirlo. Arte por el arte, del que ayuda a entender el mundo y a sanarlo. Arte por azar, por fatalidad, por imposibilidad de hacer otra cosa. Recuerda a la reflexión de Lefebvre: “para obtener los dones del azar hay que correr riesgos, el del fracaso, de la pobreza, de la vana prosecución, del fin del momento de la presencia, que deja herida y nostalgia”. Arte para abrir y cerrar la herida y en cada sístole-diástole imprimir su huella. Los seres atravesados por el arte como membranas dúctiles, captan el mundo gota a gota y lo vierten en formas que puedan ser re-conocidas, que sirvan para volver a conocer esa unión con el Todo que alguna vez experimentamos pero olvidamos por el camino. Como escribe Pascal Quignard, “el artista no tiene ningún plan. No sabe adónde va”. Noelia es la stalker que nos guía, criaturas cegadas, a través de este olvido, en su propio viaje por recordar.

En este recorrido transitamos por cuatro proyectos diferentes. En la primera sala, el proyecto n-00 es encabezado por la pregunta ¿Por qué no hablamos de aquello que nos ha robado el silencio? A través del grabado y las matrices, reflexiona sobre conceptos como Ser, Muerte, Nacimiento, Camino y Miedo para darles cuerpo y convertirlos en tótem, ídolos que adorar. El proceso de hacerlas ya es parte de la adoración. Romper o regenerar la imagen ya es idolatrarla. Hay algo primitivo en la estética de las estampaciones y las matrices. Al ver en una vitrina sus bocetos, casi como ofrenda votiva a esos tótems, irrumpe la necesidad de saber qué hay detrás de la obra. La artista no plantea un discurso conceptual, dejando abiertas todas las posibilidades que navegan en ese límite crudo, la ambigüedad de la representación artística y de la comunicación humana. La ausencia de discurso deja claro lo dependientes que somos de una narrativa que enlace todo lo que desconocemos. Del texto-tejido comprensible y reconfortante.

Presidido por un calendario con los días del mes, los días de la semana y los meses del año, la instalación central reúne la vida, la muerte, el nacimiento y el ser en el tiempo y el espacio. Se construye bajo la sombra del calendario parado en un tiempo cíclico, que no tiene principio ni fin, que es todos los momentos al mismo tiempo. El ser en el tiempo se proyecta a través de los días, meses y años, y cualquier medida aleatoria que pueda pensarse. Las aristas de metal, los cuerpos algodonosos, crudos, desnudos, ingenuos, buscan si queda dentro algo de lo más básico, ese recuerdo del nacimiento que quizás sea la clave para aprender a morir.

Para la búsqueda de la autenticidad, de lo primigenio y sus sombras, no teme exponer sus fases previas, los desarrollos de los que parten las obras, albergados en las matrices. Puede que el sujeto ya no sea quien era al crear el útero conceptual, pero lo integra como parte de su camino y no lo esconde. En un rizoma, mueren las partes más viejas, pero cada año producen nuevos brotes que sustentan su continuidad. Noelia nos recuerda: “estoy hecha de tiempo, pero tú, quién lee, tú también estás hecho de tiempo”. Siguiendo este pensamiento, cita a Pascal Quignard:
nadie salta por encima de su sombra. Nadie salta por encima de su origen. Nadie salta por encima de la vulva de su madre”. Algunas de sus figuras tienen una pierna más corta que la otra porque están caminando, como el río, cambian continuamente, “porque hace camino con su cuerpo (…) Solo los ríos y los pájaros viven”. El nómada Caín habitaba la tierra creándola a su paso, con su cuerpo y su mirada, llenándose constantemente de imágenes móviles y rítmicas. Noelia me cuenta que piensa mucho cuando va en bicicleta, y todo ese pensamiento cinético se refleja en su obra. En el movimiento está la vida, y su ausencia equivale a la muerte. Un estado estático no es la perfección, sino el estancamiento del ser.

Sobre La estética del antídoto: mural para enmendar un amor roto Noelia nos cuenta que el amor roto es el grabado, pasión crónica y patológica. Es necesario dialogar con las patologías de un mundo enfermo en el que nadie escapa a una neurosis obsesiva o a una obsesión neurótica. La gracia está en dejarlas hablar, a borbotones tartamudos y caóticos. Pocas veces el antídoto llega en un blíster. La cura está en el taller de grabado, la guarida en la que ser una loca pequeña y feliz, para garabatear, cortar o golpear sin que ninguna de esas acciones sea diseccionada por el interrogatorio del psiquiatra.

La composición de esta sala es un mural hecho con matrices y estampas y una proyección de cuatro vídeos (realizados para la fachada media de Etopia en Zaragoza y la pantalla del Sol de la Alhóndiga de Bilbao). El vídeo proyecta sus dimensiones cinéticas sobre el mural estático. Añade la dimensión del movimiento, el brillo de las diferentes partes, la sombra de tu propio cuerpo que camina por delante. Une las partes para formar el todo, el espectador mismo es dimensión de la creación. La mirada que contempla el objeto no lo deja indiferente, inalterado, sino que le otorga voluntad y potencia. Miramos las imágenes que a su vez nos miran y nos alteran. Noelia crea un mundo lejos de la asepsia contemporánea, cuyos habitantes tocan a la vez que son tocados. A lo largo de su obra se percibe la necesidad de dejarse el cuerpo en todo lo que hace, de poner el éxtasis y el dolor para que quien mire pueda reconocerse en cada extremo. En sus palabras, “necesito de una mirada atenta. Necesito que tu dolor y el mío se unan para que nos entendamos”.

En el proyecto Diálogos la artista reflexiona sobre las dimensiones de la comunicación y los cuerpos. Estamos fragmentados en cuerpo, tiempo, ser… Sin embargo, esta fragmentación puede plantear nuevas preguntas: la reconstrucción y redestrucción puede servir de juego infinito. Los cuerpos en constante cambio, atravesados por interminables dimensiones. El cuerpo máquina impuesto, en reflexión con tendones, músculos y huesos. Hay un grito desde lo más humano que se representa a través de lo no humano.

A lo largo de todo esta sala vemos seres que dialogan sin palabras. No se dicen nada, porque, como ella misma afirma, que no tengan mucho que decir es parte de la obra. Las extremidades inclinadas hacia el compañero buscan la palabra a través de su piel metálica, no a través de la rotura del silencio. El silencio como más perfecta armonía. Las palabras se las lleva el viento, se malinterpretan, se pierden entre las costuras de lo nunca dicho, pero el cuerpo sabe comunicar de manera más plena. Nuestro conocimiento solo puede llegar a ser fragmentado, mediado por estos entes fragmentados. El movimiento nos insufla sabiduría tácita, la del danzante que se abandona a su espíritu, la del artesano que lo transforma en creación material. Noelia está muy vinculada al mundo de la performance y la danza butoh, y desde esa dimensión creativa se intuye muchas veces la intención de callar la mente para comunicar el cuerpo sin significarlo. El arte es una manera de pensar a través de las manos, sin adscribirse a ninguna corriente concreta.

Escribe Blixa Bargeld en Einstürzende Neubauten;

“Ich warte in den Zwischenräumen 
Vorgeblich ungeschützt 
Ich warte auf die neue Sprache
Die die mir dann nützt (…)
Ich warte am Rand der Welt
An dem es selbst Atomen schwindelt
Ich warte direkt am schwarzen Loch
Ich warte warte immernoch
Ich warte unverdrossen (…)
Ich warte bis es nichts mehr zu warten gibt»

[Espero en el espacio intermedio,presuntamente desprotegidoEspero al nuevo lenguaje,uno que me será útilEspero en el borde del mundodonde incluso los átomos están aturdidosEspero directamente en el agujero negroAún espero Espero atentoEspero hasta que no haya más que esperar]

Quizás sus figuras solo esperan a ese “nuevo lenguaje” que les servirá. Sentadas sobre sus tablas, en el borde de sus mundos particulares, que nunca pueden ser abordados completamente desde fuera. La rendija entre las palabras y las interpretaciones, esa masa de espacio infinito. Presuntamente desprotegido, el cuerpo vulnerable se expone, dispuesto a ser afectado. El cuerpo es un límite, aquella zona en la que lo conocido desemboca en lo otro. La brecha es el intervalo donde el lenguaje juega con la intuición de la alteridad. Los cuerpos callan y esperan, y en la suspensión del momento habitan el límite. Límite entre el uno y el otro, entre el silencio y la palabra, entre la presencia y la ausencia. La espera de las figuras, el movimiento congelado, la imagen del resquicio, el intervalo entre un gesto y otro. Miles de momentos en cada acción, entre palabra y palabra que no apresamos y por ello queda flotando libre alrededor. No sabemos realmente qué significan para el otro sus palabras, puede que nos entendamos por un azar o que nunca lleguemos a pensar ni siquiera remotamente en la misma dirección. En el vacío entre dos cuerpos existe la infinita representación. En el terreno de nadie, como un enorme páramo de posibilidades desconocidas, se constituye la heterotopía del pensamiento del otro. Ese lugar otro que inquieta y revuelve por su indefinición, que se agarra a la imprevisibilidad como una tabla de salvación. Los pequeños gestos congelados de las figuras, en lugares anónimos, escapan a las luces cegadoras del panóptico. En los lugares heterotópicos se puede construir diferentes modos de vivir y de relacionarse con el otro, aunque sea a través de mecanismos sutiles, efímeros e incluso, a veces, invisibles. Es en estos espacios donde la subjetividad artística es más libre para erigir una identidad que se muestra frágil y cambiante. Entre la angustia y la plenitud del límite Lefebvre habla de «intermediarias y mediadoras, una multitud de re-presentaciones. Ambiguas: el intervalo en que se amontonan las representaciones también es el espacio de los conflictos».

En los terrenos baldíos, los lugares de paso, los bordes, los intersticios, lo abandonado, los umbrales, la brecha… En los bordes del mundo definido es donde sentarse a mirar lo indefinido, esa ausencia que muchas veces nos espanta. Noelia trata de dar presencia al vacío, a lo que a simple vista es un espacio negativo pero que, en la línea de la filosofía de la imagen de Boehm, muestra la presencia de lo invisible a través de la indeterminación. Es en una franja tan estrecha como la orilla del mar donde aquel sabio se encontró un objeto desconocido cuyo lenguaje aún no comprendía. Entendió que ya no había que interrogar a la imagen sobre qué es, sino sobre su manera de crear sentido. Como los estratos de un paisaje, la imagen posee una riqueza de significados gracias a su densidad. La imagen posee una potencia inagotable; a partir de sus elementos aparece la indeterminación abierta a nuevas posibilidades. Estos espacios intermedios, citando a Ana García Varas, “perfilan y hacen posibles las entidades individuales en la imagen. Como consecuencia, la densidad icónica es lo más vacío en la imagen, la no-figura.

Es precisamente en su relación con lo indeterminado y con el vacío, vacío que requiere un «exceso» de lo imaginario, en donde la imagen encuentra su poder. (…) La imagen permite el acceso a lo ausente, a un «otro»”.

Noelia Marín es, por etimología y elección, marinera: «que nací en tierra todos saben, que aquí sigo, todos también. Pero mi cuerpo se mueve al son del oleaje, ajeno a sí mismo, como el barco en el infinito líquido». Como la vasija del Tao, cuya utilidad reside en su vacío, Noelia adopta el ritmo de las olas, del mundo que la rodea, canalizando todo a través de su cuerpo. Entre la tierra y el cielo, el humano y el mito, la mente butoh mira con ojos vacíos, como el río que fluye. En tiempos de demasiados seres, recupera el valor del no ser.

En uno de sus cuadernos en la vitrina central, veo bocetos de cuerpos anónimos y sillas. Como seres que desconocen su funcionamiento, juegan con ellas, creando una suerte de manual de todas las posibilidades que descartamos. Boca abajo, solo con la cabeza sentada, a cuatro patas bajo la silla. Quizás a través de las tablas del respaldo esa figura esté viendo algo que se nos escapa a la gente de pie. Quizás si nos tumbamos a mirarlos encontremos una rendija de lenguaje compartido, un juego íntimo que no exista más que esos breves instantes de ambas vidas y que luego desaparezca tal y como surgió.

En el último proyecto, Nuevo diseño de moda, encontramos cuerpos que sienten el nacimiento, el deterioro, la muerte. Lejos de arrancarse el alma y recubrirse el pecho de metal, para sus personajes es el material, la chapa o la tela, la que protege la fragilidad de la carne. En momentos sobreexpuestos, aterrorizados, cegados por los focos del reality mediático, el cuerpo y sus imágenes adquieren tal densidad icónica que prácticamente pierden su capacidad de comunicación más auténtica: el piel a piel. Las luces centellean cada vez más profundo, a través de la epidermis, de los músculos, del sistema nervioso, de los órganos… buscando atrapar la capa más profunda, esa intimidad intransferible cuyo misterio no logran capturar los rayos X. Hostigada por las lámparas, la intimidad se repliega hacia dentro, hacia lo más oscuro, hasta que se extravía en sí misma y pierde la capacidad de compartir. Ya no le podemos pedir que suba hacia la superficie para dejarse ver sin reparos.

Mientras Noelia se desnuda en esta última parte de la exposición, tan solo se quita la ropa, pero son los objetos que ha creado los que despojan de máscaras y corazas. En un ejercicio de vulnerabilidad acogida, nos da las gracias, a todas las personas a las que ha tocado y a las que lleva dentro. Como un rizoma que toca a otro brevemente, en un tramo subterráneo de su recorrido, le doy las gracias por mostrar caminos mientras anda por los límites y las fronteras.

Sara Millán. Zaragoza, enero 2021.

Publicado en la revista Zero Grados.

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